La sombra larga de “El Vicario”

18/Abr/2011

El País, Luciano Alvarez

La sombra larga de “El Vicario”

16-4-2011
CRÓNICAS DE LUZ Y SOMBRAS Luciano Álvarez
En enero de 1963 se estrenó en Berlín “El Vicario”, ópera prima de Rolf Hochhuth. El argumento pude resumirse así:
Kurt Gerstein, oficial de las SS se horroriza al ver el genocidio. Luego de ser ignorado por su iglesia evangélica, visita al nuncio papal en Berlín, que lo echa de forma destemplada. Pero su secretario, el joven jesuita Fontana, no sólo le cree sino que llega hasta el Papa implorándole que intervenga con rigor y fuerza; se choca con el rechazo de Pío XII, de “helada sonrisa”, y “frialdad aristocrática”, y sus cardenales; todos insensibles, duros de corazón, hipócritas y avaros, más preocupados por los tesoros del Vaticano que por la suerte de los judíos. Por fin Fontana se une a los judíos y asume el sacrificio de morir en Auschwitz.
Inmediatamente se estrenó en París, Londres y New York. Aunque pocos críticos elogiaban la calidad del texto, coincidían en que estaban ante “la tormenta más fuerte levantada por una obra en toda la historia del teatro.”
La polémica recorrió el mundo. El filósofo alemán, Karl Jaspers le envió una copia a Hannah Arendt y ésta publicó un ensayo demoledor contra Pío XII, aprobando las tesis de Hochhuth y sosteniendo la autenticidad de sus fuentes históricas.
Carlo Bo, un prestigioso intelectual católico democristiano, escribió el prefacio de la edición italiana: “Un Papa que mide su silencio, es un Papa que se adapta a un sociedad que desde hace mucho se habituó a no tener en cuenta la verdad del Evangelio”.
La eficacia de la condena propuesta por “El Vicario” se basaba en un intangible, en un ejercicio de historia virtual: “Si el Papa hubiese actuado públicamente los judíos se habrían salvado”. Algo no sólo imposible de probar sino con fuertes hipótesis de que también hubiese podido ser mucho peor. Abundan las pruebas de que Pío XII dio instrucciones a toda la Iglesia de dar refugio a los judíos en conventos y monasterios, entre muchas otras medidas “silenciosas”. Aun así, “su silencio público” era el blanco fácil.
“El Vicario” se estrenó en Montevideo el 2 de abril de 1965, en el teatro Zhitlovski. Un grupo de jóvenes católicos interrumpió el estreno a tomatazos. El semanario Marcha dedicó dos artículos a la obra, ambos escritos por Ángel Rama. El 9 de abril, luego de algunos elogios menores, criticó el texto como un folletín estereotipado; “el dialogado siempre entonado hacia arriba y codiciando el aria, está empedrado de clichés verbales”. Pero el artículo más enjundioso (“El papa no es para la hoguera”) lo había escrito una semana atrás. En dos amplias páginas sostenía que esa insignificante “acta de acusación contra Pío XII por su silencio” ignoraba que el dilema de Pío XII “fue infinitamente más profundo, más centrado en el gran drama de nuestro tiempo y su personalidad mucho más apasionante, verdadera y trágica que la que Hochhuth nos muestra sobre el escenario, haciendo de él una marioneta desencarnada”.
Pasado medio siglo sorprende la lucidez de Rama para captar el verdadero juego, cuando señalaba las contradicciones del debate: “Quienes dan muestras más prudentes de realismo político parecen ser los católicos, mientras que quienes (defienden los postulados de la obra y) subrepticiamente reclaman el antiguo Papa medieval, guardián de la moral, de la verdad, son los que progresivamente retacearon su poder y llevaron a la Iglesia a la actual debilitada situación”. Es inevitable evocar la sorna de Stalin: “¿Cuántas divisiones tiene el Papa?” y al mismo tiempo preguntarse: ¿Qué hicieron por los judíos los que tenían divisiones, cuando los nazis aceleraron el Holocausto mientras sus tropas y sus aviones estaban ya en Alemania?
Sin embargo la verdadera batalla se jugaba en otro frente. Los católicos vivían un vuelco histórico. El concilio Vaticano II, que aún estaba en sesión, sacaba a la Iglesia de un aislamiento reaccionario de más de un siglo y no pocos católicos renegaban del legado de un Pío XII conservador en materia religiosa, y política, indulgente con los malos religiosos que habían colaborado con el nazifascismo e intolerante con la izquierda por su terror al comunismo. Muchos cristianos se estaban acercando al marxismo y la Unión Soviética y los partidos comunistas de occidente jugaron sus fichas. Ion Mihai Pacepa, un antiguo agente soviético denunció recientemente que “El Vicario” formaba parte de la operación “Silla 12” para destruir la autoridad moral del Vaticano. Más allá de sus exageraciones, lo cierto es que las puestas en escena, las controversias y escándalos tuvieron -en todos los casos- a los partidos, intelectuales y artistas comunistas como sus activistas de primera línea.
En el 2011 la historia continúa. Cada vez que se actualiza el proceso de canonización de Pío XII, vuelven las representaciones de “El Vicario”; hay una versión cinematográfica reciente, “Amén”. El Vaticano tampoco olvida. Carlo Bo murió en 2001 rodeado de todos los honores imaginables, pero en enero de 2011 “L Osservatore romano” escribió: “Es difícil perdonar a Carlo Bo”. Rolf Hochhuth ha publicado unas treinta obras sobre la misma receta aunque jamás repitió su éxito primero. En marzo de 2005 salió en defensa de un viejo amigo -lo eran desde 1965- a quien describió como un “pionero de la historia moderna que ha escrito libros magníficos”. Se trata de David Irving, un racista feroz, el mayor propagandista de la negación del Holocausto, que dijo que “más mujeres murieron en el asiento trasero del coche de Edward Kennedy que cuantas murieron en una cámara de gas”.
No sorprende que muchos prefieran aún creerle a Rolf Hochhuth, tanto como le creen a Eduardo Galeano, porque, como se sabe “los problemas complejos tienen soluciones erróneas sencillas y fáciles de entender”. En cambio ¿cómo es posible que algunos admirables intelectuales (Jaspers, Arendt, Bo) fueran capaces de defender la obra cuando viéndola hoy es evidente su deshonestidad y pobreza intelectual? Quizás valga la pena recordar que todos somos hijos de nuestro tiempo y acertar con el diario del lunes es tan fácil como inútil.